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Novela: Interludio: El comienzo de Todo.

  El comienzo de Todo. 


Un hombre entrado en edad, calvo y con gafas demasiado gruesas, iba caminando por el sexto piso con una carta en la mano. Se dirigía temblando a una oficina en el campus de una de las universidades más prestigiosas del país, “La Universidad del Ruiz”; aquella carta, era una carta de despido.

 

Deseaba pelear y preguntar que había hecho mal. Se había dedicado a la Universidad los últimos diez años de su vida, en la materia que el Decano, le encomendó: “Letras Poéticas”, le parecía injusto.

 

Ese nuevo año universitario le estaba trayendo todos los dolores de cabeza que hace tiempo no enfrentaba.

 

Perder otra vez el amor de su vida y su trabajo, la misma semana, eran señales que el karma y la verdad se unían para matar a los mortales, aunque rezaba que no fuera lo que lo pensaba, pues se odiaría más de lo que ya lo hacía.

Entendía bastante bien el error, que había cometido, en amarla como mujer y todavía pensar en un amor lejano, tan lejano que parecía un fantasma desganado y sin saberlo cada paso le mostrarían a su pasado inoportuno.

 

Se encontraba a punto de abrir la puerta cuando respiró profundo, no quería insultar a alguien que no conocía, pues lo poco que sabía era que la persona que le dio el puesto allí, le tenía cierta estima y respeto, cosa que siempre le agradecería, pero eso no quería decir que las acciones hechas esta vez no le molestaban, al contrario, le dolían más de lo normal.

De pronto el decano conocía y moría de amor por la Luna a la que le hizo el amor durante años. Eso sería una locura, le conocía mejor que nadie y comprendía que ella era suya.

 

Ya que después de haber destituido al rector de aquella universidad, nunca había conocido al decano, ni al nuevo rector.

—Va a hablar con propiedad y respeto —se dijo con seguridad en el momento que tocó el picaporte de la puerta de color negro, cerca de la cafetería—: buenos días, mucho gusto, Alexandro Montero —Al ser pasado a la oficina, el hombre solo se encuentra con una gran silla giratoria dando la espalda, y a pesar de saludar con una voz calmada y amable, le disgustó bastante la poca interesa que la persona sentada en la silla le brindaba, observando el humo que sale detrás de aquella silla. «¿Era un fumador?, ¿cómo era?», se pregunta—. Buenas… —volvió a saludar con una voz un poco más tangible y fuerte.

 

En un lapso instantáneo, ve a una mujer de ojos verdes, piel blanca y cuerpo curvilíneo, con un lunar en un pómulo y el labial rojo vibrante, sin contar un vestido negro y en su mano derecha una pequeña cicatriz imperceptible para todos, la mujer estaba tensa y se miraba como la muerte que te hace pensar de tu existencia.

 

El profesor Montero se da cuenta, quién es la mujer.

 

Ella su primer gran amor, la mujer que lo volvió un poeta reconocido. ¿Acaso fue ella quien lo puso a trabajar allí? Por eso está pálido y sus nervios lo hacen decir cosas sin sentido; el corazón late ante su eterna dueña, pero antes que él pronunciara palabra alguna, la mujer sentada en la silla respondió, observando las fachas de este con cierto rencor. 

Montero, estaba devastado y eso, se notaba.  

—Mucho gusto, María Alana Marco Casanova —. Ella vibraba fuego, siendo la mujer que un día le dijo toda la verdad. Mirándolo como si solamente la presencia de este le perturbara—, Decana de Ciencias Sociales y Literatura. Y el que está a mi lado es Daniel Ricardo Salerno Arjona, el Rector de esta institución. Siéntese—le ordena, dejando el cigarrillo a un lado; el hombre de inmediato le hace caso. 

—María Alana, perdóneme —está rogando por su vida en ese momento, pues él sabe por qué la mujer está ahí, sentada.

—No puedo —sacó un cigarrillo nuevo. El cual fue encendido inmediatamente—. Gracias, ángel, —el acusado se preocupó aún más—. ¿Por qué lo hizo?, ¿es mi tesoro más grande? —La vio llorar como hace 30 años. Aquello le parte el alma, verla destrozada por culpa suya otra vez—. Montero es mi descendencia y cuando usted se metió con mi progenie tenía diecisiete años.

—Déjeme contarle como putas pasaron las cosas… —habló de una manera seria y seca antes de preguntar por su desvelo—. Pero antes de continuar, ¿necesito saber en dónde está Luna?

El hombre de ojos azules y bigote se acercó a él, con el puño cerrado y la mandíbula apretada, a lo que mujer respondió. 

—Derek se la llevó al aeropuerto, se irá lejos… a París, donde su hermano. Además, usted no tiene ningún derecho a preguntar por ella—. La mujer respondió de una manera iracunda. 

—Ahí, sí está equivocada. Yo la amo —En ese instante, el hombre al lado de la escritora lo hizo sentar de un simple golpe con su bastón—, y usted siempre defendiendo a la… —iba a decir una barbaridad cuando vio su puño.

—Hable —exige de nuevo el ojiazul—, ¿o quiere que le parta la cara? De una buena puta vez.

«¿Cómo contar que ella y su hija fueron la devastación de mi vida?»



Cinco años después de conocerte…

 


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