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Momentos: El dolor de una partida

El dolor de una partida

Te recuerdo en cada paso de mi vida, aunque ya no estés a mi lado.

19 años antes…

Guill Spada era un hombre vestido de traje azul eléctrico. Se encontraba con un nudo en la garganta, pues no podía creer lo que ella le hacía sentir con esa mirada inocente, con el toque de sus manos y con una voz llena de curiosidad… La había perdido sin darse cuenta. La había perdido en un descuido y eso lo condenaría para siempre.

Con apenas 31 años ya era padre viudo y dueño de una de las más grandes fábricas de pianos en el mundo… Aunque todos sus negocios eran una fachada, le gustaba pensar que en algún momento se iba a convertir en su negocio real. Amaría cumplirle ese sueño a su difunta esposa, aunque en ese momento estaba muerta en ese cajón a su lado, siempre desearía contemplar esa posibilidad, en el recordar que en algún momento ella trató de ser una fuente de luz en su camino.

El hombre viudo era demasiado confiado y benévolo para sufrir tan inaudita pérdida, pero había algo malo en él, pagar las cuentas de sus antepasados.

Spada se apegaba con mucha facilidad a las personas que lo trataban bien, y para acabar de completar en el velatorio había varias fotos de ella y él, junto a la música que tanto adoraba entre el sonido que se encontraba, desde melodías clásicas hasta los sonidos de moda… La memoria le jugaba sucio.

¿Es que no podía morir ya? No podía seguirla en su ataúd, ¿verdad? No necesitaba estar ahí sin quien le regalaba amor a manos llenas; siempre fue la explosiva de los dos la que condicionaba las fiestas; la chispa de su hogar era una luz de la cual él se había obsesionado desde muy joven.

Ahora recuerda cuando la conoció, siguiéndola por todos lados, pues con su música hacía que los dolores del alma desaparecieran y se hicieran polvo. Aquel recuerdo hacía añicos al anfitrión.

Recordando que, por esas cosas de las probabilidades, le pudo confesar que la amaba y allí consiguió la gran oportunidad de poder cortejarla de tal forma que sus padres solamente tuvieron que aceptar que era él su futuro esposo, aunque había una amenaza explícita en los ojos del joven amo.

***

Beatriz Faciloni se había casado con Guill Spada, cuando apenas eran unos adolescentes, con el permiso de los padres de ambos; él con 16 años y ella con tan solo 15 años. Él era heredero de uno de los clanes de la mafia italiana, que se instauraron 30 años atrás en la ciudad de Amaranto, una isla pequeña demasiado opulenta para ser vecina de Colombia, pero pensándolo bien, tenía sentido que fuese rica, pues sus "dueños" eran personas con un poder enorme, tanto que llegaba hasta el país cafetero, como el Oriente del mundo...

Guill fue instruido por el primero en romper la tradición familiar. Daniel Salerno Hoyos.

En ese momento, el joven señor Amo Spada solamente era un niño cuando tomó por primera vez un arma para defender los límites entre las familias.

En Amaranto todas las personas tenían ese conocimiento, que, para bien o para mal, era conocimiento. La organización S, las tres familias que habían colonizado la isla y que tenían un orden para todo; aunque habían sido cuatro, durante años la última desapareció por romper las reglas de la organización.

Guill Spada era un heredero de una de estas familias.

Por el lado de la joven Beatriz, que siempre obedeció todo lo que sus padres le habían dictado en su vida desde muy chica. Le inculcaron el amor al arte y más al piano. Se había convertido en una pianista profesional sin ella quererlo del todo y, aunque no lo quisiese admitir, la adolescente era constantemente usada para causar buena impresión.

Beatriz solamente hacía lo que sus padres le ordenaban, pues ella era la única que proveía a su familia.

Guill se enamoró de ella a primera vista en uno de los tantos conciertos de la joven… El hombre lo recuerda con pasión y amor. Mientras sus ojos y su corazón se parten en dos, mirando por medio de aquel vidrio a su amada.

***

Era tanta la pasión del joven Spada hacia Beatriz que le mandaba ramos de tulipanes de color naranja; la cortejaba a vista de todos, sin siquiera brindar explicación; era un conquistador nato… Sabía que era todavía muy joven, pero cuando tuviera la posibilidad sería su esposa. No obstante, lo único que le preocupaba verdaderamente era que Guill tenía reconocimiento por dos cosas, por ser el heredero de su familia y tener muchas fachadas para encubrir sus negocios nada bien vistos; contrariamente, ya se había fijado en ella que era una simple música.

—No entiendo. Si le gustó tanto, debería mostrarse —sonrió, hablándose a sí misma en el camerino privado, vistiendo ropa menos elegante, para salir desapercibida del lugar.

Y si definitivamente le gustaba aquel "admirador secreto", que no era tan secreto como hubiese querido ser. Sabía que la seguía alguien con las manos manchadas de sangre, pero no le importaba de dónde viniese su fortuna. La consentía, sin saberlo, y se estaba enamorando. Guill se notaba que era un hombre de más o menos unos 30 años, bueno, eso pensaba ella. Por otro lado, se sentía atrapada en los dictámenes de su familia y eso le agotaba de una manera nada buena.

—Si crees que me das miedo, no deberías pensarlo mucho, yo también te quiero conocer—, se hablaba con sinceridad y una curiosidad que hacía brillar sus ojos. Un brillo juvenil que demarcaba la más pura necesidad de libertad.

Después de cambiarse para salir a su casa, buscando con sus ojos a sus padres, quienes debieron de estar en la puerta del camerino durante todo el tiempo, pero en esta ocasión no fue así; por el contrario, uno de los guardaespaldas de aquel joven la estaba esperando; lo reconocía porque era el acompañante más cercano de su pretendiente; se notaba que también conocía de la música, pues aplaudía con fervor; también recordaba a una chica no tan joven que el señor Spada.

—Señorita Beatriz, el joven amo, la espera. —La joven pianista miró al gran hombre en silencio, con un poco de temor. Lo había manifestado como solo el pensamiento. Se miraba las manos, un poco nerviosa, pero encantada. —No se preocupe, sus padres saben que irá con el joven amo a cenar. Sígame, por favor.

Lo que realmente había pasado era que su padre le había vendido una "cita" con su hija. El joven Guill, sin pensarlo dos veces, le compró, aunque en el fondo hubiese querido destripar a ese disque "padre".

La verdad es que ella no estaba segura de ir tras él; podría haber dado la vuelta y negarse, pues lo poco que sabía es que de pronto le harían daño o la secuestrarían y pues eso era lo que menos quería dañar o causarles dolor a sus padres, que, bien o mal, le habían dado todo.

Cuando estuvo en la acera, se encontró con un hermoso auto de color negro, con vidrios también oscuros entonces el guardaespaldas abrió la puerta y ella entró algo confiada. Se apresuró a entrar… Solo tenía curiosidad; necesitaba de verdad saber quién era el admirador que la llenaba de chocolate y de flores y que siempre pagaba las entradas más caras de sus conciertos. Debía de agradecerle personalmente porque con ese dinero se iba a liberar de sus padres para siempre; los amaba mucho, pero eran demasiado estrictos y la castigaban físicamente; además, después de esto, decidió no volver a confiar en ellos.

***

Pero las cosas no son como uno quiere a veces, y la vida siempre trae cosas buenas y nuevas, aunque sean raras, y a su llegada rompen todo lo normal.

—Buenas noches, señorita Beatriz. —La voz que la saludó le dejó congelada. Era profunda y encantadora, y al acomodarse en el auto, pudo notar un hombre como una mirada hecha fuerza y deseo, una mirada joven igual a la de ella, pero con un mundo nuevo que era encantador a simple vista.

—Buenas noches —saludo, un poco nerviosa. Sus ojos grises le miraban incrédula. Pensaba que el joven Amo Guill era un adulto, no un adolescente de su misma edad. Y que tendría que hacer cosas que no quería —solo quería agradecerle por las flores y por la oportunidad de conocerlo —estaba tratando de ser lo más cordial y respetuosa de todas las mujeres, una dama en todo el sentido de la palabra cuando escuchó el auto en movimiento—. Señor Spada ¿puedo saber qué desea de mí?

—Si te preguntas qué te voy a hacer, si te voy a secuestrar y te voy a matar, no lo haré —era directo y eso le agradaba mucho a la joven—. Solo que en algún momento deseo que seas mi esposa.

Entonces ella lo supo; no tendría escapatoria jamás, y tendría que explicar mucho y que lo iba a amar desde ese instante. —¿Qué tengo que hacer para que seas mi esposa?

Esa pregunta hizo que el corazón de la chica palpitara, arrojándose a los brazos del que iba a hacer el amor de su vida: —Dame libertad y seré tuya.

***

Volviendo en sí, mientras la música sonaba alegre, tratando de aparentar que todo iba a estar bien, el silencio entre la gente era el detonante para que la tristeza llegara a su alma, aún más dolorosamente, sin contar, por supuesto, que no sabía nada de bebés; sin embargo, estaba dispuesto a aprender todo lo necesario para cuidarlo. Amaba a ese pequeño porque era igualito a su amada esposa. A pesar de que amaba a su hijo, sentía que ese niño era el culpable de haber perdido su esposa. Ahora el pequeño debía de vivir con sus padres por un tiempo en la casa grande, pues no podía llevarlo sin alguien que cuidara del apartamento en la costa.

Pero la muerte de Bea había sido algo extraña; ella era una mujer vigorosa en todo el tiempo que habían estado juntos. Jamás se habían enfermado solamente con los síntomas del embarazo, lo normal; sencillamente era extraño entender las causas de su muerte tan repentina.

Lo más extraño de todo el asunto es que los padres de ella no hubieran aparecido en el velorio. En aquella circunstancia, tan devastadora para todos como punto de inicio, esto le daba muy mala espina a ¿quien en su sano juicio dejaría a morir en paz a su hija y no estaría ahí para ella?

Recordando que la noche anterior a su muerte, ella había recibido una caja de chocolate, pero nunca le prestó atención cuando ella cayó enferma… En ese momento estuvo en shock, recordando y repasando los momentos, instantes y segundos antes del incidente. Debió ser alguien que conociera la oscuridad en su alma.

Sin duda alguna, ellos habían matado a su propia hija, por codicia, por poder o ¿por qué?, ¿eran ellos?, después de no seguir pagando las cuentas de los bancos. Pues la mujer advirtió que se retiraría de la música por un tiempo. ¿Será que ellos fueron? Tendría que averiguarlo y encargarse el mismo… Sí podrían ser muy abuelos de su hijo, pero tal parece que ni eso les importaba.

***

Ahora tenía que aguantar a la gente, preguntando cosas que no deseaba responder, lo que, sí deseaba, era marcharse y abrazarse en la tina, dejando a toda la elite de la ciudad tirada, aunque sorprendida. Sin darse cuenta, estaba apretando los puños; ya no deseaba estar ahí.

Y sus padres lo sabían; Abigaíl se acercaba rápidamente, para decirle que, si necesitaba irse de allí, ellos se encargarían de todo, que fuera descansar; lo necesitaba.

Pero se detuvo, pues vio a una linda jovencita de vestido lila, algo vaporoso para los días de otoño en la ciudad de Amaranto, cerca de su hijo. La madre de Guill ya miraba los problemas futuros.

De inmediato, la señora caminó aún más lento para vigilar la situación. Sabía que Salerno estaría allí; ella esperaba a Daniel, no a una niña que resulta ser la deshonra de esa familia.

El tiempo pasó rápido, para él, y en segundo la conexión entre Lucía y Guill se hizo evidente, haciendo que las cosas fueran más difíciles de procesar, aún más al entender que las consecuencias de ver a la chica como mujer iban a ser peores para cualquier hombre que se atreviera a mirarla…

Las organizaciones siempre se dividían por reglas y familias y es porque existían las reglas tan antiguas como la procedencia. 

 

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